Ponle al niño un libro en la mano. Un libro que hable de amor, de vidalitas, de viajes. Un libro que sea almácigos de sueños en la sien. Un libro que le enseñe de que color es la ternura, en que lenguaje conversan los pájaros, por qué en otoño caen las hojas, por qué los tréboles amanecen con lágrimas. Un libro que le cante canciones de lluvia, de viento en los jardines, de siestas con chicharras y villancicos en violines de grillo.
Un libro que le diga: Que el trabajo no es una maldición ni un castigo; que la palabra tierra y la palabra arado tienen cinco letras como la palabra trigo y la palabra árbol y la palabra hogar. Que no hay en la vida ningún tesoro más preciado que la lealtad de un amigo, ni pan más rico que el ganado con el bíblico sudor de la frente. Que todos somos iguales ante la ley cualesquiera sean el color de la piel o el timbre del origen – sin más diferencias que las de las virtudes y talentos de cada uno- según el pensamiento de Goethe – aquella persona capaz de conquistarlas día a día.
Ponle al niño un libro en la mano. Que le hable más de la miel que del aguijón, más del arco iris que de la lombriz, más del ala que de la pezuña. Un libro que huela a naranjales y vendimias y duraznos en sazón, picoteados por los chingolos. Pero que exalte la imagen telúrica del labriego, del viticultor, del hortelano. Un libro que enseñe que dos más dos son cuatro, pero que enseñe también que si hay cuatro bocas con hambre y sólo dos panes, hay que dividirlos con sentido humano y adjudicar medio pan para cada boca. Un libro que sueñe con la paz, con la tolerancia, con el buen humor. Y fundamentalmente, con que en cada pecho hay un corazón.
Ponle al niño un libro en la mano. Un libro que conduzca por caminos de esperanza, de optimismo, de fe. Un libro que sea lámpara como el espíritu de Luis Braille, brújula como “La Epopeya de Artigas”, espejo como la garra del pequeño Dionisio. Un libro que todos podamos leer, a cualquier edad, en voz alta o en silencio, con los ojos o con la yema de los dedos... Un libro que anteponga el “nosotros” al “yo”, que imagine al mundo como una familia y al hombre como hermano del hombre. Un libro que le plantee interrogantes como éstas: ¿Qué le vas a dejar tú al mundo, a cambio del portentoso legado que del mundo recibiste al nacer? ¿Cuál será tu cuota de agradecimiento para los millones de hombres que trabajaron para ti a lo largo de los siglos, en la investigación científica, en el arte, en la técnica, en la manualidad, en todos los órdenes de la creación fecunda? Del libro que pongamos en la mano del niño, dependerá la imagen del hombre de mañana. Emilio Carlos Taconi Uruguayo
1 comentario:
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